El dialecto alemán coloniero, de la Colonia Tovar, está en peligro de perderse

La Colonia Tovar es famosa en Venezuela por sus casas de estilo bávaro de techos rojos. / Foto: Nicole Kolster. – VOA.

Morka (buenos días), N’oba (buenas tardes), Wia Kot Nåcht (¿cómo estás?): el alemán coloniero es el dialecto de un pueblo fundado en Venezuela por inmigrantes alemanes hace casi 180 años, hablado hoy por cada vez menos habitantes del pintoresco asentamiento.

Ninguno de los cuatro hijos de Etervina Gerig Misle, de 58 años, habla este dialecto, que trajeron consigo los fundadores de la Colonia Tovar, una ciudad enclavada en las montañas de Aragua (centro-norte de Venezuela).

“Mis hijos ya no saben, mis nietos tampoco, yo solo hablo con mi hermana”, lamenta esta mujer de cabello rubio, descendiente de alemanes.

Todos, en este pueblo de 21.000 habitantes, hablan naturalmente el español. Son descendientes de los fundadores en cuarta o quinta generación.

“Los jóvenes ya no practican lo típico (…), el dialecto se está perdiendo mucho; hay pocos jóvenes que lo saben”, agrega la mujer que viste traje típico germánico: chaleco, corsé, falda y delantal.

Gerig, que es mesonera desde hace 28 años en un restaurante del pueblo, nació en esta montaña en la que se instalaron los primeros colonos alemanes en 1843, y que hoy mantiene aún muchas de sus tradiciones y costumbres traídas desde la lejana Europa.

La Colonia Tovar, que se sostiene por el turismo y la agricultura, es famosa por sus casas de estilo bávaro de techos rojos y también por las fresas que se cultivan en los caseríos.

Pero el idioma está “en riesgo” explica Gerig, que relaciona la pérdida de esta tradición con la integración de culturas. “Mis hijos están mezclados, entonces ya ellos no saben hablar el dialecto”. Además, de que “en las escuelas tratan de darles clase, pero dan muy poco”, sigue.

Yuly Schmuck, de 37 años, es ejemplo de ese mestizaje.

“Mi mamá es coloniera, nacida aquí en la Colonia, mi papá, no (…). Estoy mezclada; mi papá es de origen sirio-libanés nacido en Maracay (Aragua)”, dice Schmuck, que prefiere usar el apellido de su madre.

Y aunque duda que se pierda este singular idioma, reconoce que “ya no se habla tanto”. “Antiguamente, los dialectos se daban en la escuela a los niños, pero ya no, todo el mundo conoce el dialecto solo que ya no lo vemos tanto”, explica.

Sobrevivir del turismo y la agricultura

Es viernes. El centro de la Colonia Tovar está solo. Hay muy pocos turistas.

Restaurantes y hoteles están prácticamente vacíos. Solo se escuchan algunos gritos de fanáticos que observan en los bares uno de los partidos del mundial de fútbol de Catar.

“Esta temporada está muy floja (…), y sin turismo no hay vida”, dice Gerig, que espera que la actividad mejore estos días de fiestas decembrinas.

“Está como triste”, continúa en referencia “a la soledad” que se siente en las calles.

Schmuck coincide. Desde hace unos meses busca incentivar el turismo a través de las redes sociales.

“Al ver que estábamos solos, porque la afluencia de turistas no era buena, yo decidí empezar a hablar de la Colonia”, recuerda.

Entonces, da a conocer por Twitter, donde tiene unos 16.400 seguidores, las bondades de esta parte de Venezuela.

“Nos vimos bastante afectados (con la pandemia). La parte de la agricultura fue lo que nos mantuvo a salvo, ya que somos un pueblo donde se siembra y se exportan muchísimas hortalizas, frutas”, agrega.

“Las ventas no han estado muy buenas”

Freddy Bergman, de 49 años, revisa el cultivo de fresas que sembró en uno de los caseríos y que luego venden en ciudades cercanas.

Es hora de limpiar y fumigar.

Bergman espera que esta nueva siembra se salve. La semana pasada “no hubo cosecha por la pudrición”, explica este hombre de pocas palabras, que relaciona la pérdida con las lluvias que desde agosto se han registrado en Venezuela.

“Meses atrás no daba ni para el veneno, el agua la pudre”, sigue. “Están feas porque han llevado mucha agua (…) se ahogó”, pero esta semana “está mejorando”, dice.

En la misma parcela está Gilberto Troconis, de 60 años, que desde hace 25 años trabaja en la agricultura. Es oriundo de Caracas, pero desde hace 30 vive en la Colonia: “Es mucho más tranquilo”, explica.

“Cuando llegué, comencé a trabajar con durazno, comencé con los suegros y aprendí de ellos, y una vez que el durazno fue perdiendo venta me dediqué a la venta de hortalizas menores: espinaca, brócoli, repollos”, dice Troconis, que actualmente cosecha pimientos y berenjenas.

“Las ventas han bajado bastante, la situación país ha disminuido el consumo de las personas en cuanto a vegetales”.

Con información de VOA.

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